PaLante Tour Costa Rica - Fossil Land , Patarrá (Ep. 3)
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PaLante Tour Costa Rica - Fossil Land , Patarrá (Ep. 3)


Este viaje tan esperado como planeado. Fue mi primer PaLante Tour y por eso estaba muy emocionado. Quería que llegara ya el día y tenía miedo de que cuando ese día llegara pasáse algo, ya que por situaciones del destino no había tenido la oportunidad de ir a grabar ningún vídeo para la sección.

Pero bueno, el día llegó. Las ansias cada vez más aumentaban. Tanto me habían hablado de Fossilland y lo que hacer este viaje conllevaba, que iba con expectativas altísimas. Pero adivinen qué, ¡resultó mejor!

Nos recibieron de manera muy agradable, nos dieron la charla que cada vez se hacía más larga. Todos queríamos ir ya a la acción, pero bueno, que dicha charla haya sido larga no quiere decir que haya sido innecesaria. En esta nos prepararon para todo lo que nos esperaba y nos fueron dando las debidas indicaciones.

Un 100 para los chicos guías y para todo el equipo de trabajo del lugar. Es que eso es lo que son, un equipo de trabajo que funciona a la perfección como relojito suizo. Y eso es parte de lo que pretenden y logran transmitir a los visitantes: el trabajo en equipo.

Terminó la charla y con ello inició oficialmente el viaje. El grupo se dividió en 2 para formar así dos equipos que iban a "competir". Y lo pongo entre comillas porque la competencia es lo que menos importaba. Eramos dos equipos que en realidad formábamos un gran equipo.

Juegos por aquí, juegos por allá, preguntas, gritos, apoyo, urras, y mucha agua. Eso sí, se encargaron de mojarnos como si nunca en nuestras vidas hubiésemos tocado una gota de agua. Después la cosa se iba poniendo mejor, cruzar posas, ríos, llenarnos de barro era lo que nos estaba esperando. #DuduMatanga

Hasta aquí, la parte que recuerdo bonita. Vamos, que todo el viaje estuvo bonito pero hasta aquí mi nivel de esfuerzo corporal había sido mínimo o nulo. ¿Por qué les digo esto? Porque a partir del momento en que nos llenamos de barro la cara, nos tocó subir un monte, caminar, trepar, esquivar ramas, caminar con cuidado. A tal nivel que tuve que desprenderme de una de mis muletas para subir. Esta parte me encantó porque nos volvimos más equipo, mis hermanos de PaLante y yo nos volvimos uno; se nos unió Shei, mi novia, y todo ahí fluyó.

¡Pero faltaba más! Aún tenía que subir más monte, pero esta vez agarrado de una cuerda. ¡Era el único medio! O eso o bajar. No habían como que muchas opciones. Debo confesarles que aquí dudé de mi. Tenía muchos años de no decirme "No puedo", y en ese momento me lo volví a decir a pesar de que me había prometido no volverlo a hacer.

Pero aquí una vez más se cumplió eso de que los amigos son los únicos que te dicen las verdades en la cara. Y así fue, Shei, Dave y Pochet me inyectaron una dosis de positivismo y como por arte de magia logré subir ese monte endemoniado.

Tengo que confesar que ya estando en lo más alto de la subida lloré y me regañé por no haber creído en mí. Eso fue cuestión de minutos porque luego me di cuenta que apenas estábamos por media travesía.

Nos esperaba pasar por unas cuerdas al estilo Tarzán, un puente, unas cavernas (a las que lamentablemente no me pude meter) y un puente colgante; para rematar con nada más y nada menos que con canopy. Mentira, no rematamos con canopy, el viaje terminaba arrojándose de un tobogán lleno de agua de 500 metros. Cosa de la que también, para mi mala suerte, no pude participar.

Pero acerca de eso último que les hablen Pochet y Maripaz, que sí se mandaron y lo disfrutaron a más no poder. Yo antes de despedirme les comentaré acerca del canopy:

Fueron tres estaciones, cada una más larga que la otra pero cada una también mejor que la otra. Hubo un ingrediente sorpresa que hizo que esto de andar entre árboles por un cable fuera más emocionante, apareció la lluvia.

Y no sé si ustedes alguna vez han hecho canopy, no sé si alguna vez han hecho canopy y con lluvia, pero, amigas y amigos, ¡es la sensación más emocionante jamás vivida en mi vida!

Se las recomiendo, así como les recomiendo ir a Fossilland, así como les recomiendo vivir la vida y dejar los -supuestos- límites de lado.

Esteban Masís

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Cuando Pochet me dijo, “vamos para Fossiland”, sentí que retrocedí 15 años cuando fui por primera vez (y única) a dicho parque. No recordaba mucho, pero tenía la vaga idea de que lo había disfrutado. Resultó ser que, mi memoria no falló, porque esta segunda vez que fui, ¡fue increíble!

Al principio, me preocupé de cómo pintaba la situación. El parqueo está en un tipo montaña, la cual luego hay que bajar a pie, para llegar a la entrada que es cero adaptada y full inclinada. Iba con mi mejor amiga, quien me sirvió de freno en la silla de ruedas para no irme de cabeza, aunque estuvimos muy cerca. Una vez en el la entrada, subimos una cuesta algo pronunciada, nada muy salvaje, peores cosas se han visto en la infraestructura costarricense. Y allí, empezó la travesía.

Iniciamos la caminata con una familia que también había escogido excelentes planes para su domingo, los pequeñines mas energéticos que he visto. El primer reto, era subir la montaña (literalmente) por senderos de barro, existen dos opciones, uno totalmente abierto en medio del bosque, y un sendero con barandas. En este, Esteban se llevó la medalla de oro, pues se mandó valiente sin avisar a nadie y empezó su excursión dejándonos atrás, totalmente boquiabiertos. Por mi lado, preferí ser una princesa a la que llevaron en carro a lo alto de la montaña, todavía era muy temprano para gastar todas mis energías.

Una vez en la montaña, nos llevaron a un tipo de posa/lago, en donde nos pusieron a jugar de Tarzán. Con lianas, nos tirábamos y colgábamos con el miedo de caer al lodo, sintiendo que teníamos 9 años otra vez. Pochet nos ganó en ésta, donde sacó todo su aventurero interno y pasó de soga en soga, hasta terminar la línea, ¡SIN CAER! Semerendo crack.

Para este punto, los guías que nos acompañaban, no sólo eran increíblemente divertidos, sino que en vez de vernos con ojitos de perrito atropellado, nos alentaban a “mandarnos valiente” en todo. Sin hacer distinción alguna. Nos explicaban con anticipación, cuál iba a ser la siguiente actividad a realizar, dejándonos a nosotros, la toma de decisión de cómo participaríamos. Así fue con la siguiente actividad, ¡las cavernas!

Sí, nos metimos en unas cavernas. No, no de mentira, no un huequito de rocas. Literalmente nos adentramos como mineros a cavernas subterráneas, sin luz y sin ningún tipo de adaptación. Bajamos por unas escaleras terroríficas (al menos yo estaba orinada del susto de caer de espalda y que dejaran mi cuerpito morir en una cueva). Así nos fuimos adentrando entre piedras y huecos, a más de 30 metros bajo tierra. Al principio tuve mis dudas, en mi cabeza sonaba la voz de mi padre diciendo “Maripaz, límites. Mejor no se exponga.” Pero Pochet no me dejó quedarme a salvo y me convenció de adentrarme a la casa de los murciélagos.

En definitiva, fue mi parte favorita del paseo. Primero, porque no me lo esperaba, cuando despertamos, creo que ninguno imaginó que iba a estar estrujado entre piedras llenas de caca de murciélago varios metros bajo tierra. Y hablo por todos cuando digo, ¡nos encantó! Somos muy inquietos y no nos gusta que nos digan que algo no lo podemos hacer por nuestra discapacidad, y dejar a todos boquiabiertos cuando salimos una hora después de esa cueva, fue verdaderamente satisfactorio.

Mis brazos me temblaban, sentía que ya no podía dar un paso más de lo agotada que estaba. Nunca me había exigido tanto, y fue hermoso. Todos estábamos embarrados y sudados, definitivamente nuestra mejor faceta no fue. Pero la satisfacción de lograrlo y el agradecimiento a los guías, quienes se quedaron con nosotros, paso con paso, descifrando en el momento, como lográbamos escalar cada una de las rocas, nos llenó el corazón de amor.

Luego, llegó el momento más esperado del día (al menos de mi parte), ¡hora de volar! Nos pusimos los arneses y ni el aguacero nos detuvo, todos nos encaminamos a tirarnos de los rieles de canopy más rápidos y largos que existen en todo el país. Estar en medio del bosque, con lluvia y volando entre los árboles, fue tanto una experiencia que nos llenó de paz, como adrenalina (el miedo de amanecer con 39 de calentura era real). Totalmente inolvidable. Igual de gratificante fue la disposición de nuestros guías, quienes no se detuvieron ni un segundo a pesar del clima y las complicaciones, estaban decididos a darnos la experiencia Fossiland en su totalidad.

Empapados hasta los calzones, todavía nos faltaba trecho que recorrer, y como siempre se puede ir más allá de lo que uno quiere, decidimos seguir buscando amanecer con esa temida fiebre. No había escampado, cuando ya nos encontrábamos en nuestro camino al tobogán más largo del mundo, quinientos metros de pura diversión. Para este momento, ya mi cuerpo no daba e iba a caballito con uno de los guías, quien se rehusaba a que me desmayara cómodamente debajo de algún árbol.

En el tobogán descubrí algo que me dejó fascinada, contrario a lo que pensamos, parece que tener una prótesis, puede terminar siendo algo verdaderamente útil. Y esto lo vivimos con el señor Pochet, quien al darse cuenta del nivel un poco brusco que iba a ser el “ride” del tobogán, decidió simplemente desconectarse de su pierna y guardarla, como guardamos nosotras los celulares. Me encantó, tanta facilidad y tranquilidad. Demostrando que los límites y la incomodidad, los pones nosotros solamente si queremos.

Logramos nuestro cometido, sobrevivimos a todo obstáculo y vivimos la experiencia Fossiland. El lugar es recomendado para ir, no importa la edad. Sí es algo pesado y puede presentar ciertas complicaciones, pero los guías hacen que los obstáculos que se presentan para personas con discapacidad, sean superados con su ayuda.

Maripaz De la Torre

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