¿Cuántas veces hemos puesto sobre la mesa la conversación acerca de las personas
con discapacidad y se nos viene a la mente todas aquellas presunciones que la
sociedad nos ha enseñado alrededor de los años?
La realidad es que la sociedad mediante los modelos culturales, los canales de socialización y la educación nos ha enseñado acerca de la discapacidad, lastimosamente sin anteponer ni tomar en cuenta la individualidad. Debido a ello, todas las creencias al final resultan en una exclusión generalizada de esta población.
Los mitos o falsas creencias hacia las personas con discapacidad les asigna roles
donde no hay lugar para la sexualidad, es decir, para sus intereses, necesidades,
deseos y placer.
Desde lo más escuchado como “no tienen sexualidad” o “son demasiado sexuales”, mencionado en la nota pasada, como también “son puros”, “angelitos” y “sin maldad”.
De aquí se asume que en el área sexual existen dificultades, que su conducta llega a ser socialmente inaceptable, con imposibilidad para establecer relaciones interpersonales o sexuales, entre numerosas creencias más. Al final las frases que encontramos tratan de silenciar un aspecto tan esencial en la dimensión humana.
Primeramente, todas las personas somos sexuadas y sexuales, es todo lo que somos,
pensamos y expresamos, por lo que considerar a una persona fuera de este ámbito
debido a su discapacidad es entonces pensar la sexualidad como un privilegio o un
hecho exclusivo de aquellas personas socialmente valoradas como “capacitadas” o
“competentes”.
Al final nos tenemos que preguntar, ¿somos todas las personas capacitadas y competentes para todo? En definitiva, estas creencias impuestas aumentan la vulnerabilidad de las personas con discapacidad, disminuyendo las oportunidades para desenvolverse en ámbitos que son deseados y necesitados.
La sexualidad y la expresión de la misma no depende de la capacidad o discapacidad
de una persona. La manifestación de esta se relaciona con la información brindada, la
educación, oportunidades interpersonales, intimidad y privacidad, sobreprotección,
como también la cultura, religión, historia, entre otras dimensiones externas que
influyen directamente en todo lo que engloba la sexualidad de una persona.
Estas creencias basadas en prejuicios incitan a la infantilización, deshumanización y
desvalorización en todas las esferas de su vida, creando aun más barreras y exclusión
para el desarrollo y evolución de las personas con discapacidad.
La verdad es que la sexualidad de las personas con discapacidad se manifiesta de tantas maneras como las que se pueden encontrar en el resto de la población.
Sin embargo, las falsas creencias o conocidos prejuicios generan actitudes negativas hacia la población con discapacidad, como también impide que la sexualidad sea aceptada como un derecho inherente a toda persona.
Mónica Rojas
Lic. Educación Especial
Columnista Palante CR
www.PaLanteCR.com